amediados del siglo I d.C., el filósofo hispano Séneca se lamentaba del sofisticado gusto gastronómico de sus coetáneos: «De todos los lugares aportan a la gula, que se aburre, todo lo conocido; se trae desde lo más alejado del océano lo que a duras penas admite un estómago desencajado por las exquisiteces; vomitan para seguir comiendo, siguen comiendo para vomitar y no se dignan digerir los manjares que andan buscando por todo el orbe».
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