Cualquiera que se haya enfrentado a montar un mueble de Ikea, a programar el vídeo en modo grabación o a seguir una receta de cocina de autor, sabe que inevitablemente existe un punto de cortocircuito entre la mente de quien impartió las instrucciones y la que las recibe, un muro de metacrilato de incomprensión que los croquis e ilustraciones, lejos de derrumbar, perpetúan. Por suerte, igual que existe la profesión de crítico de teatro, hay quien se dedica a desentrañar los las instrucciones de los chismes.
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