Debido al funcionamiento de nuestro cerebro y a las estrategias publicitarias que nos rodean, es realmente difícil para nosotros detectar qué hecho es un hecho raro y qué hecho es un hecho común. Y es que sucesos raros y poco corrientes, como los secuestros terroristas, reciben una cobertura mediática excepcional, adornada con perfiles de familias conmocionadas, publirreportajes sobre el problema a lo largo de la historia, etcétera. Ello incrementa el peso sentimental del hecho, convirtiendo una anécdota en una amenaza omnipresente.
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