Puedo aceptar que sea más caro que un bar normal porque la autoridad portuaria le cobre un pastón a la franquicia por estar allí (que no debería, porque ya pagamos el aeropuerto nosotros a base de tasas); pero que encima el café con leche sepa a quemado, los bocatas de tortilla sean más rancios que la momia de Tutankamón y las ensaladas parezcan de plástico clama al cielo. Al final es un cóctel explosivo de circunstancias en contra del usuario: eres un consumidor cautivo (estás allí porque no tienes más remedio, esperas para coger un avión)...
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