El submarinista Henri Cosquer emergió en una cavidad de alrededor de 50 metros de diámetro. La gruta parecía no tener comunicación alguna con el exterior, más que la que había recorrido él desde el mar. Estaba pensando que probablemente era la primera persona que ponía el pie en esa cueva, cuando pudo ver claramente una forma sobre la pared cercana. Una imagen que Cosquer conocía: era una mano humana pintada sobre la pared.
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