Una experiencia vivida hace unos días me ha llevado a concluir que estoy atravesando una época de un enorme equilibrio espiritual. Sin necesidad de un psicólogo que me lo certifique, porque he tenido una prueba contundente: mi reacción al horror de que un camarero arrojara ¡una copa entera de vino! encima de mi último bolso Gucci. Recalco lo de último porque como tal último es el más querido y lo de Gucci por lo que me había costado. Y ni así me alteré.
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