Antonio Machado murió rodeado de frío y miseria. La suya fue una de esas muertes que confirman las peores pesadillas. Y falleció cuando había una luz de esperanza que el poeta nunca percibió. Al día siguiente de ser enterrado, llegó una carta procedente de la Universidad de Cambridge. El viejo templo de la sabiduría inglesa ofrecía a Machado un puesto en su rectorado.
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