La historia comenzó en Inglaterra, cuando el cirujano rural Edward Jenner (1749-1823) inoculó en el brazo de James Phipps, un niño de 8 años, pus procedente de las vesículas de las manos de una ordeñadora que se había infectado con los granos de las ubres de las vacas. No era una enfermedad grave en las vacas ni en las personas que se contagiaban pero, Jenner, y muchos que vivían en el campo, sabían por experiencia que quien enfermaba con la “viruela de las vacas” o “viruela vacuna” o, simplemente, “vacuna”, no contraía la terrible enfermedad.
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