Antes, hace nada, había una forma de consolarse en medio de la crisis: el que tiene trabajo está mejor que nunca, porque mantiene su sueldo, pero bajan los precios de la vivienda y de la cesta de la compra y en el mercado hay más ofertas que nunca. La inflación lo desmentía, pero el petróleo llevaba la culpa. Era el consuelo del pobre, válido para que este país no se hundiera en el pesimismo...
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