La corrupción catalana evita entrar por la puerta grande. Lo hace sin ruido y por la puerta de atrás. Es tan discreta y silenciosa que en muchas ocasiones resulta imperceptible para los organismos de fiscalización, ya sean interventores, síndicos o jueces. A la larga, no obstante, es como el sirimiri o calabobos. Por su constancia, llega hasta el tuétano.
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