Durante la Primera Guerra Mundial empezaría a usarse de forma masiva un nuevo tipo de pólvora que sería decisiva en la contienda; se trataba de la “cordita“: más potente, más precisa y sin humo. Solo producía una leve niebla gris azulada y permitía a los francotiradores disparar sin descubrir su posición, no ensuciaba los cañones de fusiles y piezas de artillería, y no oscurecía el campo de visión de quien manejaba una ametralladora.
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