Publicidad y muerte siempre han sido conceptos cercanos. ¿Quién no ha intentado el suicidio después de ver un spot de Pascual, Kinder o Danone? ¿Quién no ha sentido la tentación de entrar en un plató de teletienda con una recortada y hacer del mundo un lugar mejor? Sin embargo, ha sido un pequeño despacho de publicistas de Liverpool el que ha cambiado el enfoque del binomio propaganda/violencia.
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