La noche cerrada se rasga en el horizonte. Como una cuchillada que deja tras de si una línea carmesí en la piel, la distante raya anaranjada va lentamente abriéndose y comienza a descubrir siluetas. Como si fuera un decorado, árboles, lomas y picos van apareciendo allá por el este. Sentados en el exterior del refugio Venezia atendemos a la función y entre medias, de vez en cuando, nos acordamos de respirar.
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