Tu casa es tu castillo. El lugar donde tú vives está protegido por el derecho a la intimidad: eres tú quien decide, en todo momento, hasta qué punto lo abres. Entrar en casa de otra persona, aunque sea sin ningún objetivo ilícito, es por sí mismo delito de allanamiento de morada. Esto se aplica a cualquier persona, incluso al dueño de la vivienda: si estás de alquiler, tu casero no puede entrar en el piso por mucho que éste sea de su propiedad, porque lo que se protege aquí es tu intimidad. Y, por supuesto, se aplica a la fuerza pública.
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