Yo crecí con Michael Jordan, seguramente el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos. Él solía jugar a la altura del 1800 de la calle Madison, en Chicago, y yo, a miles de kilómetros de allí, me levantaba de madrugada para ver sus partidos por la televisión. Yo crecí con Jordan, el mejor, hombre de records. Entonces, en los 80, Jordan aún se enfrentaba al mito que había sido Wilt Chamberlain, un hombre que en los primeros 60 había marcado 100 puntos en un partido, entre otras proezas.
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