"Yo escuché el derrumbe, agarré a un cliente y me tiré al suelo, en un rincón. Desde allí mismo comencé a llamar con el móvil al 112...", recordó el encargado. La prueba del mal trago que acababa de pasar quedó plasmada en las lágrimas que aún recorrieron su rostro una vez en la calle, mientras los bomberos saneaban el resto del techo del local.
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