Su difusión se debe un arma con la que se podían hendir sin muchos problemas los yelmos y armaduras de placas de la época, si bien a veces se quedaban tan incrustados en los mismos que era complicada su extracción, y más en pleno combate. Contra hombres mediocremente armados era simplemente letal. Un golpe en el cuerpo podía producir severos traumas internos, rotura de costillas, del espinazo, o hemorragias internas mortales.
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