Hace unos meses me levanté una mañana y me fui a apostatar. El Arzobispado de Valencia no me queda lejos, así que fui paseando. Iba como ceremoniosa, me dio un no-sé-qué solemne mezclado con un grandísimo ataque de curiosidad por ver qué pasaba. Había leído que en Valencia la Iglesia facilita la apostasía lo mismo que un teleoperador la baja de sus servicios contratados, es decir nada.
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