Los topónimos son los nombres propios con los que se denominan los lugares. Existen topónimos para ciudades, ríos, montañas y cualquier otra ubicación que pueda resultar de interés. En o cerca de dichos topónimos puede haber poblaciones de humanos que hablen mayoritariamente uno o varios idiomas. Por este motivo, los topónimos se originan en una cultura e idioma(s) y están influenciados por éstos. Después se adaptan para que los hablantes de otros idiomas puedan referirse a dichos lugares de una forma que les resulte familiar. Por ejemplo, London designa una ciudad cuyos habitantes hablan mayoritariamente inglés. Puesto que la fonética y la gramática de otros idiomas es diferente, se adapta el topónimo a dicho idioma para que encaje en su fonética y así esa persona pueda escribir y pronunciar el topónimo cómoda y correctamente. De este modo, una persona que hable en español escribirá Londres, mientras que en italiano se dice Londra o en polaco Londyn, siendo todos ellos topónimos que se refieren al mismo lugar. No cabría pedirle a un suizo germanoparlante que designara a su preciada montaña Cervino, ni a un italiano que la llamara Matterhorn, puesto que ambos idiomas son diferentes y esos topónimos les resultan ajenos a estas personas, aún refiriéndose a la misma cumbre alpina. Tal empeño probablemente derivaría en una cascada de fallidos intentos de pronunciarlo correctamente.
A pesar de la obviedad de las razones que llevan a traducir los topónimos, no parece que todos los españoles las tengan claras. En nuestro país se da la inusual circunstancia de que uno puede leer un artículo de un periódico escrito en castellano y encontrarse con topónimos que están en otros idiomas (ejemplo). Así, no es raro ver en el mapa lugares como “A Coruña”, “Bizkaia” o “València”, perteneciendo estos topónimos a otros idiomas que no son el castellano. Al mismo tiempo, es habitual que los hablantes de los idiomas en los que están escritos estos topónimos no sean tan compasivos y cuando uno ve TV3 aparezcan topónimos como “Conca” (Cuenca) o “Saragossa” (Zaragoza). No cabe reproche ante tal actitud, puesto que es de esperar que un catalanoparlante traduzca los topónimos a su idioma para que le resulten más familiares y pueda pronunciarlos correctamente, como hemos visto antes. Sin embargo, no existe justificación lingüística alguna para el privilegio que se le concede en España a los topónimos de dichas regiones a pesar de que se esté uno comunicando en español. La justificación de que son nombres oficiales cae por su propio peso en cuanto se recurre a topónimos de otros países. Las motivaciones para forzar esta situación suelen ser políticas, no lingüísticas, y nunca han redundado en el beneficio de las personas, salvo quizá en el económico de unas pocas. No es de recibo pedirle a un manchego que lea, escriba y pronuncie “Sanxenxo” en lugar de Sanjenjo. Tal intento se puede anticipar fallido, excepto en el harto improbable caso de que nuestro hidalgo sea versado en gallego. Y aún en tal caso, ni se podría esperar que sus paisanos tuvieran la misma suerte ni tampoco se podría esperar que el manchego acertara también al utilizar topónimos en vasco o en valenciano. Quizá corriera mejor suerte un habitante de las Rías Bajas al intentarlo pero estaría corrompiendo el idioma, con un obvio perjuicio para los españoles de otras regiones, que podrían verse incapaces de entender de qué topónimo se trata. Esto a su vez redundaría en un ataque carente de sentido a la utilidad de los idiomas, que es la comunicación. También carecería de sentido obligar a todos los manchegos a aprender y utilizar un idioma que en el mejor de los casos les resulta indiferente, aunque mejor dejemos el tema de las imposiciones lingüísticas que se dan en España para otro día.
Por estos motivos, os agradecería que repitiérais conmigo: Avenida de Francia, Valencia (y no Avinguda de França, València). Río Ebro (y no Riu Ebre). Plaza de la Sal, Lérida, etc… A menos que estéis hablando en uno de los idiomas regionales, en cuyo caso sí sería aceptable y deseable utilizar el topónimo correspondiente. Elección la cual debería ser siempre fruto de la libre elección del individuo, sin ninguna presión de ningún gobierno.