Ese billete de metro o de tren cada vez más delgado y endeble, esa oferta cada vez más restrictiva en los supermercados, esa herramienta con mango de plástico que se rompe en la primera hora de usarla, ese paraguas que se dobla al recogerlo, esos zapatos que se desencolan antes de que acabe su primera estación, esas botellas y cartones de paredes cada vez más finas… Todos estos ejemplos ilustran un fenómeno subyacente que cada vez más está tomando carta de naturaleza, y que va más allá de la obsolescencia programada.
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