El Rey Juan Carlos tiene un dilema entre la familia y el Estado, que en este caso es lo mismo. Si repudia al yerno, hunde a la familia y con ella a la esencia de la corona: si esquiva el asunto (bah, chiquilladas), perjudica al Estado. Para la monarquía, el Estado es una prolongación de la familia, una finca. En las democracias esta función se ha regulado de otra manera, pero el simbolismo se mantiene. Por su parte, los reyes han de convivir con la guillotina (es una opción: su variante civilizada, quizá más cruel, es el exilio)
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