Hasta los seis años, los niños podían vivir «libremente» y en completa tranquilidad junto a sus padres, pero a los siete años eran entregados a un pedónomo, que era un ciudadano revestido de autoridad encargado de vigilar a la infancia. Estos tutores se encargarían de encaminar a algunos niños varones —que fueran dignos— hacia puestos de oficialidad, una vez alcanzada la edad adulta. Una vez separados del entorno familiar eran alojados en barracones que hacían asimismo las veces de escuela.
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