Christian K. Nelson, combinaba su empleo como maestro de escuela y una pequeña tienda de golosinas y helados que regentaba durante los meses de verano. En 1920 se le plantó frente al mostrador un niño que tenía una importante duda: no sabía si comprarse un helado o una chocolatina. Solo llevaba dinero para una cosa, por lo que el dilema aun era más peliagudo. Esta incertidumbre del muchacho también despertó la curiosidad e ingenio del señor Nelson...
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