En 1932, en su ensayo Elogio de la ociosidad, Bertrand Russell planteaba una situación alegórica. Supongamos —decía— que un cierto número de trabajadores fabrican al día, en una jornada de ocho horas, todos los alfileres que necesita el mundo. Supongamos a continuación que alguien inventa un artilugio que permite fabricar el doble de alfileres con el mismo esfuerzo. “En un mundo sensato”, decía Russell, “todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes”
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