Es casi imposible ser joven y pensar en España sin que acudan a la mente palabras como asco y vergüenza. Incluso a miles de kilómetros de distancia se siente la fetidez que emana de unas instituciones carcomidas por la corrupción, el nepotismo y la falta de transparencia. Parece que España haya entonado el “sálvese quien pueda” y los ciudadanos, sin esperanza, no tengan otro objetivo que el de que la crisis no les roce, o no demasiado. Todos hemos perdido algo por culpa del neoliberalismo, pero lo que no podemos perder es la esperanza.
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