La civilización del espectáculo nos ofrece el diagnóstico de una cultura enferma de entretenimiento, pero rehúsa extender una receta fácil para solucionar o mitigar una dolencia muy grave. Sí permite concluir que sería muy beneficioso que desapareciera o disminuyera la necesidad (imperiosa, irreflexiva y universal) que sienten las masas, las audiencias, en suma, el espectador cualquiera, de entretenimiento y diversión a cualquier precio y como única exigencia para el consumo de cultura.
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