“El señor P. era un eminente músico que había acudido a la consulta de un neurólogo porque tenía problemas para identificar las cosas de su entorno. En alguna ocasión le habían sorprendido dando palmaditas en la parte superior de las bocas de incendios creyéndolas cabecitas de niños o iniciando una conversación con el picaporte de una puerta.
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