La escultora Maricel Gómez recorría una galería en Chile y una secuencia le había llamado la atención. Un padre le explicaba a su hijo un grabado de José Basso. Había algo distinto en la escena, pero le tomó un rato entender. Al final, lo captó. El chico, que escuchaba con atención a lo que le decían sobre las obras pero parecía tener la mirada desviada, era ciego. Sintió que tenía que hacer algo distinto. Y decidió que, a partir de ese momento, sus obras tenían que estar destinadas a los que no podían ver.
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