Decía Nietzsche que «existe un puente invisible de un genio a otro» y esa senda es la que construye, realmente, «la verdadera historia de un pueblo». En una calle de Madrid de apenas unos pasos hay dos espejos. Es el Callejón del Gato, muy cerca de Sol. En la pared, junto a un bar de bravas, hay dos espejos. Uno convierte al que se mira en un pez globo. Otro le pone patas arriba. Esos cristales llevan ahí más de un siglo. En ellos se fijó Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) y los utilizó para explicar su nueva forma de hacer teatro
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