Marek Holecek mima su teléfono satélite, lo mantiene caliente en un bolsillo pegado al pecho, cuida la vida de su batería a punto de agotarse. Por las noches, lo enciende y envía un mensaje que describe con frialdad la situación en la que se encuentra. Nadie puede ayudarle, aunque tampoco lo ha pedido. Su inmensa experiencia le dice algo que, a estas alturas, prefiere no ocultar: “Esperamos un milagro que, ojalá, llegue el sábado”. Holecek lleva tres días atrapado y sin moverse, junto a su amigo Radoslav Groh, a 7.000 metros
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