Cuando Abelardo Jiménez giró su cuerpo para continuar caminando, recién cruzada la Avenida Guayabal, se dio cuenta de que Esperanza Acevedo, su esposa, no había pasado con él. Allá estaba ella, en el separador, en toda la mitad de esa avenida de seis carriles. Aquí estaba él, en el costado occidental, resignado a esperar por ella.
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