Hay una inclinación natural a rechazar los transgénicos. Los transgénicos son el mal, suenan a mutantes, a malformaciones inenarrables, a enfermedad. Muchos de los que hogaño se oponen a los transgénicos, pues, no se diferencian demasiado de los que antaño se oponían a la electricidad, las locomotoras de vapor o los hornos microondas: todo avance técnico es tomado, al principio, como una amenaza, nunca como una ventaja: hasta hace poco, los enemigos de Internet eran tan ubicuos y feroces como los luditas que destrozaban telares mecánicos.
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