Una, dos, tres veces se escuchó: “¡aaatchuuú!”. Había estornudado, como millones de personas, millones de millones de veces. Pero, en este caso, ojos de expresiones desconfiadas, temerosas, acusadoras, se clavaron en ella, la chica que con el rostro enrojecido, turbada, intentaba sonreír, no lo logró. Era una mueca lo que se dibujaba en su rostro. Un hombre que caminaba en sentido contrario al de la chica, se apartó varios metros, la rodeó, la evadió.
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