Cuando hace un año Nicolas Sarkozy nos metió en el mismo saco que a los griegos, y advirtió de que su país pagaría con las penas del infierno económico y financiero el abandonarse en manos de los socialistas, no sólo fuimos de los primeros en poner de manifiesto la precaria situación de esa Francia que aún era incluida, falazmente, en el grupo de las locomotoras europeas.
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