Tal y como entré a saludar, encontré a dos hombres. Uno cortaba troncos con un machete para hacer una especie de silla. El otro, fumaba opio tumbado sobre el suelo. No sé si más por el inglés macarrónico, o por los efectos de la dormidera, fueron vagos en palabras, lo que no impidió que al saber que era español me recitasen cual poema una retahíla de jugadores de fútbol o me ofrecieran agua, té y hasta cargar la batería de mi cámara con su generador diésel. No sabía que acabaría siendo perseguido por dos hombres con machetes.
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