En 1928 el científico soviético Sergei Brukhonenko mostró ante la prensa el autojector, un aparato que permitía que una cabeza de perro separada de su tronco permaneciera con vida (es un decir), y reaccionara ante estímulos como la comida, durante un corto periodo de tiempo (unas pocas horas). Golpeó la mesa con un martillo y la cabeza se estremeció; la enfocó con una linterna y parpadeó; incluso le dio de comer un trozo de queso que cayó al instante por el extremo seccionado del esófago.
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