Las fuerzas represivas no tienen “excesos” ocasionales. Su idiosincrasia, posición de autoridad y monopolio de la violencia les hacen que su mismo núcleo esté efervescente de arrogancia y violencia. Si a esto le sumamos la obediencia ciega y la cobardía de actuar -como siempre hacen- protegidos por armas y por otros represores más (sea fuera de un Rectorado, en una habitación de una comisaría o en las calles de cualquier ciudad) la combinación es brutal. Pero brutal de por sí, a priori, por su índole, siempre; no a posteriori y coyunturalmente.
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