El rey Felipe IV, conocido como el Rey Planeta (o el Rey Agujero según Quevedo, pues más grande era cuanta más tierra se le quitaba), es un monarca habitualmente asociado a la ociosidad, el juego, las faldas y las consecuencias de meterse en camas ajenas, aunque tal retrato sea incompleto. Además de estas cosas, era un rey bienintencionado, cosa que se puede apreciar en los comentarios que pone en el prólogo a la traducción que hizo de la Historia de Italia de Francesco Guicciardini. Ahí, entre otros muchos comentarios particulares que permiten conocer al personaje, destaca su interés por conocer las lenguas de sus súbditos, razón por la cual voy a transcribir lo que opinaba el rubicundo monarca hispánico, modernizando las grafías:
Tuve también por precisa obligación mía, y debida a mi lugar y piedad, para satisfacción de todos mis vasallos adquirir, demás de las noticias dichas, las lenguas de las provincias de donde ellos son, pues nunca pudiera acabar conmigo el obligarles a aprender otra para dárseme a entender queriéndome hablar en sus negocios. Quise tomar el trabajo de aprenderlas por que ellos no le tuviesen en estudiar la mía, en que se ha fundado la parte de esta acción mía en lo que mira a mis reinos de Italia, parte tan principal, grande y estimada de mi Monarquía.
Y así aprendí y supe bien las lenguas de España, la mía, la aragonesa, catalana, y portuguesa. No me satisficí con ellas solas, pues en comparación con el dominio que posee esta Monarquía fuera de España, viene a quedar ella por una parte moderada. Y así por lo que poseo en los estados de Flandes, y por el deseo grande que tengo de visitar a aquellos vasallos tan estimados de mí cuando las ocasiones me dieren lugar, y este reino estuviese en estado de poderle dejar por algún corto tiempo (aunque esto siempre será con la ternura que me causará apartarme de tan fieles hijos), traté de aprender la lengua francesa estudiándola y haciendo que continuamente me hablasen en ella algunos familiares de mi casa que la sabían, modo que es en mi juicio muy provechoso para entender cualquier lengua forastera. Con este curso llegué a alcanzar la noticia que yo quería de ella que era entender a quien me hablase y hablarla medianamente.
En hablar la italiana puse mayor fuerza por lo que he dicho de los reinos que me tocan, y por ser aquella parte de Europa tan ilustre como se sabe, y haber salido de aquellas provincias tan grandes sujetos en todas profesiones, y también por ser la más usada y casi vulgar en Alemania y en todos los estados hereditarios de ella que por tantos títulos y tantas razones de sangre y públicas me tocan. Y confieso también que me pudiera mover ver tanto escrito tan elegante y digno de ser leído, que cuando no hubiera las razones referidas, por solo entender los libros italianos se pudiera aprender la lengua con gran cuidado.