Un 12 de septiembre de 2008 una soga le estranguló el cuello y dejó sin aire a una generación literaria entera. David Foster Wallace (1962-2008), exponente entonces de una narrativa que muchos vieron llamada a cambiar la literatura norteamericana, apareció colgado en el patio de su casa en Claremont (California). Lo encontró su mujer. Cinco años han transcurrido desde aquel día. Su silueta se balancea todavía pendular como una sombra sobre los lectores que le recuerdan, los escritores que le imitan y los cronistas que escarban en su vida.
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