El fotógrafo belga Anton Kusters pasó dos años con una de las pandillas más notorias de la temible mafia japonesa, la Yakuza, conocida por sus tatuajes, su brutalidad y su estricto código de honor. Luego de largas negociaciones, Kusters logró ganarse la confianza de la banda y fotografiar el submundo del crimen organizado.
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