Estoy estos días asistiendo a los preeliminares de los Juegos Olímpicos de Pekín y constatando, una vez más, la diferencia que existen entre el fútbol y el resto de los deportes: mientras el que llaman deporte rey ve con displicencia la cita olímpica, todos los demás se afanan por llegar lo mejor posible a Pekín y luchar contra las medallas. Las razones por las que al fútbol no le gustan los Juegos son antiguas, prosaicas y simples: el dinero.
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