Tenía la casa un amplio jardín. Pacían en el mismo tres gallinas. Dos eran bonitas, esbeltas, tenían plumones en las patas. Nunca pensé que pudieran existir aves de corral exóticas. La dueña de la casa presumía de ellas, como quien presume de hijos, de perros o de cocina. Decía que en vez de tener estatuas de gnomos en el jardín, prefería tener a sus gallinas que engalanaban la casa.
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