Es raro que un país de alto vuelo se precipite a tierra en una sola noche, pero eso es, precisamente, lo que le sucedió hace poco a Alemania. Tanto en el fútbol como en la política, el país se había convertido en la encarnación de una desagradable mezcla de arrogancia y negación. Se creía la medida de todas las cosas en Europa, tanto en lo referente al campeonato de fútbol como a la Unión Europea. Pero en ambos casos, se engañaba a sí misma.
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