Todos hemos sido protagonistas de la frustrante situación de explicar con todo lujo de detalles por qué la creencia de alguien no tiene sentido. Se analizan las carencias de sus argumentos y se presentan las incontestables evidencias que refutan la creencia, incluso se hace todo con mucho tacto dando a la otra persona una salida sin humillación; pero nada, no hay manera.
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