Cleese asume que, en este caso al menos, la mejor campaña de marketing fue la hostilidad cerril e inmisericorde de sus detractores. Las acciones de odio de que fue objeto la película acabaron contribuyendo de manera sustancial a su enorme éxito. Sobre todo, en Estados Unidos, un país que, hasta verano de 1979, se había resistido a los planes de dominación mundial del colectivo de humoristas en que Cleese estaba integrado, Monty Python.
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