Durante décadas una hipótesis extraña y algo estrambótica llevaba rondando los círculos científicos. Su nombre de origen griego, panspermia, afirmaba literalmente que la vida en la Tierra había llegado desde el espacio exterior a bordo de meteoritos y otros cuerpos rocosos. Esta idea de la “lluvia sembradora de vida” sonaba tan descabellada que resulta en cierto modo normal que muchos investigadores se sintiesen atraídos por ella, y a la vez, la desafíen con los más diversos experimentos y análisis.
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