Olivia se atusa el pelo constantemente, se recoloca las gafas y se frota las manos. Tras las lentes, su mirada se fija en un punto indefinido de la sala. Pero, a pesar de los nervios y de lo doloroso de reabrir una herida que todavía no ha cicatrizado, su voz se mantiene firme mientras rememora su historia, que cuenta sin tapujos ni eufemismos. “Mi padre abusó de mí desde que tengo uso de razón y hasta el día antes de decidirme a contarlo, con 14 años”.
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