En 1945, en plena efervescencia de la era atómica, Albert Stevens, un pintor americano de 58 años al que le habían diagnosticado cáncer terminal de manera errónea fue inyectado con una enorme dosis de plutonio en vena, como parte del ominoso Proyecto Manhattan. La inocente cobaya no sólo no murió sino que sobrevivió 20 años, muriendo de una vulgar enfermedad coronaria.
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