Muchos se animaron a restaurar el edificio de La Constancia con su trabajo desinteresado y otros tantos sacaron a la luz objetos que habían estado ocultos durante 40 años. Gracias a ellos, el tiempo parece haberse detenido en él, en un momento anterior a que nuestras calles se manchasen de sangre. Pero hay heridas que no se curan con una simple capa de pintura. Ni falta que hace. Edificios como el del Centro Ideal deben mantenerse intactos para que nos recuerden, como una cicatriz, qué es el dolor y lo estúpidas que son las guerras.
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