A la hora que jugaba la azurra los hoteles se llenaban. Según dicen, las mujeres gozaban de una libertad inusual y los maridos tenían excusas para no llegar a sus hogares. "Mientras toda la ciudad se detiene, aquí llegan muchas parejas que alquilan habitaciones por 90 minutos, como ocurrió hoy", explicó el conserje de un albergue de la calle Salaria, donde los gritos que se oían no eran precisamente por los festejos de los goles.
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